Por Martín Faciano

¿Qué es lo que se disputa en una elección de rector además de la conducción institucional de la Universidad Nacional de Tucumán? Poder y caja. O caja y poder. El orden de los factores no altera el producto, pero si determina y explica gran parte de la situación que hoy atraviesa la UNT.

Históricamente, desde el retorno de la democracia, la universidad ha sido utilizada como la principal caja de a la que echó mano la Unión Cívica Radical para la realización de sus campañas políticas. El Partido Justicialista, por su parte, siempre ha mirado la universidad como un territorio adverso en el cual sus primos lograron enquistarse para, desde allí, intentar consolidar su proyecto político, tirar piedras a la real politik y así erosionar la legitimidad de los gobiernos justicialistas locales que se sucedieron luego desde que se fueron “los milicos”.

Quienes desde la casa de Juan B. Terán argumentan que la provincia está como está porque desde la gestión de Riera a la fecha gobierna Tucumán el mismo partido político, son los mismos que hoy no pueden explicar el deterioro institucional y académico que ha sufrido la UNT desde 1983 en adelante cuando, jurando por la memoria de Alfonsín, los que tomaron las riendas del proyecto universitario empezaron a mercantilizar y corromper la dinámica de los distintos estamentos, convirtiendo a la política universitaria en un sistema tan clientelar como el que existe en los territorios y circuitos de la política tradicional.

Ló unico que cambia en el marco de la matriz de corrupción que atraviesa la cosa pública, es la materialidad de las prebendas que se utilizan. Así, mientras en la política territorial clásica las poblaciones de los sectores más vulnerables reciben un bolsón con productos alimenticios; en las unidades académicas (donde hay mayor preponderancia de sectores medios e independientes), se reparten cargos docentes, no docentes y otros bolsoncitos académicos: publicaciones, concursos, asistencias financieras para investigaciones, etc. Si en las prácticas asistenciales del territorio no se cuidan las formas, en el mundillo universitario, ante todo, se las cuidan, porque acá la cuestión de fondo es la misma.

Pero las castas universitarias que manejan los destinos de la UNT han desarrollado una capacidad única para poder mirar la paja en el ojo ajeno, y esa indignación selectiva que se ejerce desde las altas esferas de la aristocrática burocracia universitaria posibilita que quienes se benefician con este estado de situación puedan denunciar y criticar mediáticamente la corrupción y todas las irregularidades que existen, siempre y cuando sean en otro poder del Estado, afuera de la isla universitaria. A menos que, claro, alguna facción que se desprenda del oficialismo rectoral, presente una nómina de candidatos para salir a disputar la conducción del rectorado. En esos casos, las élites unversitarias abandonan su corporativismo y prenden el ventilador aunque sea durante la campaña, para denunciar negociados e irregularidades. Después, una vez asumidas las nuevas autoridades, todo se acomoda y las cosas vuelven a su lugar.

Un ejemplo de este caso fue lo ocurrido en 2010, cuando se dio la ruptura en la dupla que conducía el rectorado y quien secundaba al ex rector Juan Alberto Cerisola, decidió salir por afuera e ir por todo. Fue aquel momento, cuando María Rosa de Hernández pateó el tablero y todo terminó en escándalo, con videos y cámaras ocultas donde se evidenciaban las compras de voluntades. Desde entonces, desde la reelección del imputado exrector que espera la reprogramación de las suspendidas audiencias del juicio que debe afrontar (dónde a el y otros funcionarios se los acusa por administración fraudulenta e incumplimiento de deberes), la sucesión se ha resuelto ungiendo como máxima autoridad de la UNT a quien secundaba en funciones al rector. Fue el caso de Alicia Bardon, que acompaño a Cerisola y pasó de vicerrectora en 2010 a rectora en 2014; de José García qué pasó de secundar a Alicia «Maravilla» Bardón, en 2014 a ser el rector desde 2018 a la actualidad; y es lo que espera que siga sucediendo el oficialismo que ahora postula como rector al Ingeniero Sergio Pagani (vice del saliente García) y a la Decana de Filosofía y Letras, Mercedes Leal cómo escolta rectoral.

Quien intentará poner el freno a este loop y romper la hegemonía del oficialismo universitario es José Luis «Pio» Jiménez, Decano de la Facultad de Ciencias Económicas y lo hará acompañado de Hugo Fernández, su par en Ciencias Naturales. Pese a su perfil bajo, Jimenez ha construido consensos políticos y acedémicos, universitarios y extrauniversitarios, suficientes como para estructurar una alternativa opositora que hoy se presenta como competitiva.

Pero más allá de quienes encabezan y quienes secundan, de quienes son oficialismo y quienes oposición, hay ejes ordenadores de esta compulsa que en menos de dos meses arrojará si hay  continuidad o cambio en la gestión universitaria. Los intereses políticos y partidarios juegan de lleno, y mucho más si se tiene en cuenta que estamos en la antesala del 2023, año en el que habrá elecciones para elegir las nuevas autoridades gubernamentales de la provincia y presidenciales de la nación. Eso, lo dejamos para  la próxima entrega.

El ocaso del monje negro

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