Por Martín Faciano

Si hay algo que los  funcionarios del gobierno y los dirigentes del peronismo tucumano no pueden discutir a esta altura de la interna es que las tensiones y el distanciamiento entre el gobernador Juan Manzur y el vicegobernador Osvaldo Jaldo no son el resultado de un teléfono descompuesto derivado del accionar de los operadores activos de ambos entornos, sino más bien el resultado de una voluntad política rupturista asumida y decidida por cada integrante del binomio gubernamental.

Por eso resulta llamativo que haya un importante sector de la dirigencia justicialista tucumana que pida a gritos una foto del mandatario  junto a su vice. Cómo si esa postal pudiera calmar la correntada subterránea que viene desde hace un tiempo orientando el rumbo de una interna inevitable.

Quienes embanderan los discursos de  unidad descalifican a quienes han optado por encolumnarse tenazmente en alguno de los dos bandos, argumentando que quienes no piden la reconciliación se benefician con la ruptura.

De la misma manera, entre las posturas más viscerales que se perciben en los entornos del 1 y el 2, también emerge una descalificación común a los que piden unidad: sostienen que es una pose para jugar a dos puntas. «Los tibios de hoy son los traidores de mañana», repite un viejo dirigente que desconfía de quienes no han sentado postura alguna.

Si bien es tiempo de definiciones y aunque la decisión política de la pelea parece haberse tomado en la cúspide del peronismo, entre las bases y los cuadros intermedios hay quienes dicen trabajar para que se de un acercamiento entre las partes, lo cual si se llegara dar, en ningún caso se dará gracias a la buena voluntad de las segundas y terceras líneas.

Ahora, cabe preguntarse: ¿Es posible un marco de unidad en el peronismo cuando el vicegobernador ha decidido anticipar la pelea de 2023 instalando desde hoy que el es el candidato natural para la sucesión de Manzur?.

Quizás lo que puede haber es una instancia de renovación de acuerdos: por conveniencias mutuas y a corto plazo. Pero esta posibilidad implica que ambos partan de coincidir sobre dos puntos básicos: el gobernador debe asimilar que no habrá reforma de la constitución provincial y el vicegobernador deberá aceptar que, por más que se repartan camisetas con la leyenda «Jaldo Gobernador 2023», el no será el candidato que Manzur elegirá para la sucesión.

De ahí en más, todo se puede conversar. Pero si esas cuestiones no están sobre la mesa, no habrá ningún diálogo sincero ni se podrá avanzar hacia ningún escenario menos conflictivo.

La separación con síntomas de divorcio político entre Manzur y  Jaldo, ha dejado a gran parte de las huestes justicialistas en el mismo estado que quedan los integrantes de una familia que acaba de volverse disfuncional. Con el peronismo en esta situación donde  constantemente se buscan escenarios para medir fuerzas, las elecciones internas aparecen como el único eje ordenador genuino. Cualquier intromisión de algún referente nacional para mediar en el conflicto atentará contra la soberanía política comarcana.

En este contexto en el cual la unidad del peronismo disfuncional aparece condicionada a los deseos y voluntades momentáneamente rupturistas del 1 y el 2, y con el cronograma electoral en curso, las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias asoman como la instancia ideal para que en el PJ tucumano se pueda implementar ese romántico axioma que reza que «el que gana conduce y el que pierde acompaña». No obstante, aunque  prime el consenso, que no será verdadero, o aunque haya internas, nada hace pensar que no vaya  desatarse una verdadera guerra el día después de las elecciones legislativas nacionales.

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