Por Martín Faciano

La conducción del Gobierno Provincial afronta sus tiempos más difíciles desde que el binomio gobernante llegó al poder, luego de aquellos escandalosos comicios provinciales del año 2015.

Es que además de la complicada situación económica y financiera que atraviesa la administración provincial; del descontento entre distintos sectores de trabajadores estatales por el conflicto en torno a la “Cláusula Gatillo”, y del malestar generalizado por los distintos hechos de inseguridad, hay un considerable sector del funcionariado ejecutivo que pareciera no estar a la altura de las circunstancias.

Los tiempos violentos

Pero más allá de los condicionamientos económicos y las puntuales incapacidades que algunos miembros del gabinete vienen mostrando, hay un condimento que resulta un agravante de todo esto: la manifiesta predisposición de los sectores más reaccionarios y conservadores de la oposición, quienes no escatiman esfuerzos a la hora de intentar potenciar cualquier conflicto. Como en el caso de los reclamos por la inseguridad, donde algunos dirigentes vinculados a la senadora  Silvia Elías de Perez y el intendente capitalino Germán Alfaro, direccionaron el descontento hacia la casa del gobernador  Juan Manzur.

Cabe destacar también, el rol de algunos de los principales medios de comunicación de la provincia, los cuales difundían o daban a conocer la convocatoria al domicilio del mandatario, destacando el  carácter «espontáneo» de la misma, pasando por alto la organización y la logística utilizada por los punteros cambiemitas para concretar la protesta.

La virulencia de los reclamos parece que será el telón de fondo de los conflictos con los que deberá lidiar el binomio Manzur – Jaldo durante lo que resta de su segundo período de gobierno.

La deuda política del Albertismo

Quizás el triunfo, en primera vuelta, de la dupla Fernández –  Fernández , achanchó a los dirigentes y funcionarios de la provincia. Es que a partir de la primera visita a Tucumán del ahora Presidente, y de su buen feeling con el mandatario provincial, se instaló en el imaginario pejotista, la idea de que el panorama iba a cambiar sustancialmente para la provincia. La generosa ofrenda de cargos ministeriales; el regreso de  obra pública,  ahora en dimensiones farónicas, y el envío de fondos (en forma de asistencias financieras no reintegrables para Tucumán), aparecían en el ideario local como una implícita devolución de gentilezas que Alberto Fernández iba a tener de manera inmediata para con Manzur: el primer gobernador en pintarse la cara con los colores del Frente de Todos.

Pero los sucesores del binomio Macri – Michetti  se encontraron con fuertes  condicionamientos estructurales, y el “Albertismo”, en su intención de blanquear la crítica situación en la que asumía, fue menos efectivo para traducir popularmente el saldo negativo que dejaban los  resultados del inventario.

Así, la idea de “Pesada Herencia” fue sustituída por la noción de “Tierra Arrasada”, y el concepto de “Segundo Semestre” construído  a partir de la inminente lluvia de inversiones que auguraba el macrismo durante su sequía y saqueo, pasó a ser ahora, un abstracto en el que se engloban todas las promesas de campaña y los acuerdos no cumplidos con los gobernadores: es decir todo aquello que se podría empezar a concretar luego de que se materialice el acuerdo con el FMI. Hasta tanto, todo parece indicar que desde  Casa Rosada solo recurrirán a  los gestos políticos para contrarrestar su morosidad en el pago de la deuda interna, la cual es básicamente una deuda política.

La necesidad de un adversario

Durante el primer mandato de la fórmula Juan ManzurOsvaldo Jaldo, con el macrismo conduciendo los destinos nacionales, el oficialismo provincial supo construir desde cero su legitimidad. La misma fue primero sostenida y luego revalidada, con el amplio respaldo popular con el que el binomio gubernamental consagró sus pretensiones reeleccionistas, logrando un cómodo triunfo en las elecciones provinciales de 2019.

Para la construcción de esa legitimidad, a la actual conducción del PJ Distrito Tucumán le bastó con un poco de prolijidad en la administración económica – financiera, y astucia política para capitalizar el descontento popular generado por las medidas implementadas por el macrismo. Todo eso, claro, motorizado por el instinto de supervivencia que le permitió sobrevivir a la última exitosa sociedad política local

Es que al peronismo provincial, le resulta mucho más fácil consolidarse y cohesionarse, cuando hay un “otro” claramente identificado en la vereda del frente. La sola existencia del macrismo como poder central durante el 2015 y 2019 , posibilitó que el manzurjaldismo (término que hoy parece quedar fuera de contexto) se estructurara y sedimentara en la construcción de esa “otredad” que representaba el Ejercito Amarillo. Esto fue así a tal punto que el desplazamiento del ex gobernador José Alperovich, del lugar que ocupaba en el podio del poder provincial, pareciera haberse dado como un proceso natural.

Hoy, con el peronismo de vuelta en la Casa Rosada, y ante el desvanecimiento de las principales figuras políticas de la oposición, el arrebatado olfato del justicialismo comarcano empuja a sus dirigentes a pugnar por ver quien le pone el cascabel al gato. Por eso,  en los diferentes escenarios donde se configuran las pujas por el poder (en los territorios y los parlamentos), las tensiones que se manifiestan entre las segundas líneas construyen ese clima de internismo, que no solo amenaza la gobernabilidad sino que también dinamiza la vida de un peronismo  al que evidentemente ya no le basta con ser  oficialismo ni gobierno.

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