El pasado fin de semana, una joven tucumana tomó un taxi para regresar a casa luego de haber compartido un asado con amigas en la noche del sábado. Por esas horas, los hinchas de Atlético comenzaban la vigilia para conseguir una entrada, y las esquinas de barrio norte estaban más pobladas que de costumbre.
Como la zona a la que se dirigía no coincidía con la de ninguna otra de su grupo, al viaje tuvo que afrontarlo sola, como tantas otras veces. Sin embargo, esta vez tuvo que vivir un hecho lamentable que siete días después se animó a compartir en Facebook.
A partir de ahí, llegaron un sinfín de mensajes de apoyo y solidaridad para la joven, que aún sufre las consecuencias de ese horrible momento.
Contactada por la prensa, la joven accedió a que se comparta su texto, preservando sus datos personales.
El relato en primera persona
Me pasó algo terrible y recien una semana después me animo a contarlo. Tenia miedo o verguenza o las dos cosas juntas, no sé, pero me di cuenta que hay cosas que no se tienen que callar, y me doy cuenta porque estoy teniendo muchos conflictos internos a raíz de eso y además porque quiero que empezemos a tener conciencia y a cuidarnos entre nosotras, porque me di cuenta que nadie lo va a hacer por nosotras.
Me junté con mis amigas a comer un asado, cuando me fui me acompañaron a que me tome un taxi a mi y a un par más, como las otras chicas se iban para otro lado me subí sola. Más de una vez me tome un taxi y no pasó nada, una siempre se sube con miedo pero al final se termina diciendo «no pasa nada, no paranoiquees». Me subí y noté que el taxista tenía el vidrio de atrás tapado pero no le di mucha importancia (me subí rapido porque los hinchas de atletico estaban haciendo fila de noche para sacar entradas y me estaban tirando besos y gritandome cosas) cuando me subo esta fue la conversación con el taxista:
-tus amigas se van para el otro lado?
-si
-ah.. vas solita
-…
-che y te espera alguien en tu casa?
En ese momento le mande un mensaje a una compa que estaba cuando me subi preguntandole si habia anotado patente y me contesto que no.
-Si, si me esperan
-ah… bueno avisa que te vas a demorar
El corazon me empezó a later a mil y me transpiraban las manos, eran como las 2 de la mañana y los semáforos no andaban, el auto no frenaba, no habia nadie en la calle. En ese momento en el que veía cuales eran mis opciones escuché ruidos de placer que salían de su boca. Se estaba masturbando. Quería vomitar. Lo escuchaba susurrar «te gusta?». Quería llorar. Quería patearle la cabeza. Comenzo a bajar la velocidad en una parte oscura de la av. Belgrano como para estacionarse y con el auto en movimiento todavía me bajé y corrí.
Afortunadamente venia un taxi atrás y me subi, el taxista me pregunto si estaba bien y le dije que si pero que quería llegar a mi casa. No vi patente ni rostro porque quería irme. Ahora no puedo caminar por calles llenas de gente, ni sentarme en asientos de a dos en los colectivos sin que me empiezen a transpirar las manos, ni pasar cerca de un grupo de hombres en la calle sin querer llorar, ni dormir bien, y por supuesto no me puedo subir a ningun taxi, entre otras cosas.
Me sentí humillada y chiquita, sentí que ese tipo me pudo reducir con dos palabras de mierda, aprovechandose del hecho de que todas las mujeres tenemos miedo si andamos solas y de noche. En ese momento me di cuenta de la triste realidad: no soy libre. No fue mi culpa por subirme sola al taxi ni por no contestarle nada. Fue su culpa y me marcó seguro para siempre.
Lamentablemente no queda otra que cuidarnos entre nosotras, tomar patentes y no tomarnos un taxi en la calle. No somos libres, todavía no.