Por Facundo Arias

Si observamos el discurso y la estética asumida por el macrismo desde su llegada a la Casa Rosada en 2015 hasta hoy, dificilmente encontremos muchas similitudes. Al desgaste de los años de gobierno kirchnerista y al tipo de liderazgo asumido por Cristina, le tenemos que sumar la incertidumbre  generada por una economía que no crecía y venía a los tumbos. Alrededor de eso el macrismo supo canalizar políticamente la idea de cambio en un porcentaje mayor a sus votos obtenidos, y lo hizo con mas fuerza, incluso, en aquellos que ven en la trayectoria peronista la encarnación de «el populismo».

Populismo es un término utilizado como un apodo peyorativo, de una forma de hacer política. Y rápidamente se busca una negación de esa forma. Eso es lo que vino a hacer cambiemos como identidad, a barrer con ese populismo que viene a ser como una desviación en el funcionamiento de la política.

Todo eso implica una negación constante de lo partidario, de los actos, de los atriles, de los enojos discursivos, de la mano levantada y de las confrontaciones ideológicas. Pero hay algo que es tal vez la negación fundamental que el discurso de cambiemos asume: la de los afectos y la identidad política como formas de construir poder político. Esta negación central es la principal antítesis sobre la que Cambiemos forma su origen.

Esta idea o negación fundamental, intenta llevarnos a un plano original de la política, a un estadio superior. Un momento, un punto de evolución social que descarte las pasiones que desvirtúan formas neutrales de hacer política, sin confrontar ideologías y partidos. Pues, desde esta perspectiva, nada altera más a la política que el afecto por una bandera, por un símbolo, por una imagen. Eso desvirtúa y lleva a la movilización sin razón, sin reflexión profunda sobre los sucesos y disputas mas reales que la actividad política implica. Moviliza a una multitud sin fundamentos, distorsionando consciencias. Los vuelve poco razonables.

La repetición local de esa formula empezó a ser copiada en simultáneo por todas las expresiones que se encontraban bajo ese paraguas político. Como el Intendente German Alfaro que con olfato empezó hace algunos años una alfabetización discursiva republicana, y hoy es una versión de un peronismo híbrido. En el radicalismo tucumano quienes terminaron conduciendo las pasadas elecciones provinciales como Silvia Elías de Perez, Mariano Campero y José Canelada copiaron esa estética y su negación fundamental. Incluso no la abandonaron aún cuando la campaña electoral provincial ya anticipaba el resultado. En otras provincias las más rancias expresiones podríamos verlas en Alfredo Cornejo  (Mendoza), y Gerardo Morales en Jujuy.

El giro populista de cambiemos

La maraña de la economía y los números electorales que hundieron a Macri llevaron al macrismo a un giro populista. El inicio del camino empezó con el anuncio de medidas  desordenadas de todo tipo y  económicamente tendientes a fomentar consumo en sectores medios agobiados (que probablemente y masivamente votaron sin decirlo a Alberto) y siguieron con un cambio radical en el propio discurso de Macri.

De un momento a otro se alejó de un mentado consenso al centro, de post-política, y tomó una clara identidad y definición en aspectos controversiales, se dejó de lado la constante referencia genérica de deseos vacíos y predecibles, para asumir posturas y banderas firmes. En concreto se convirtió en un articulador demandas sociales, demandas que si bien responden directamente a su base electoral que intenta mantener, busca apropiarse y fidelizar horizontalmente diversos sectores y sus reivindicaciones.

Los tesistas del populismo lo identifican mas como una forma de articulación y construcción de fidelidades y formaciones políticas, que con un cúmulo de medidas políticas concretas y posiciones ideológicas. Por eso hoy encontramos populismos como el de  Trump y Bolsonaro, o el de Maduro o Evo Morales. El populismo tiene esa capacidad de explotar, reunir y articular diversos sectores identificados con reclamos múltiples, los cuales no tienen relaciones directas entre sí sino que son unidos por equivalencias ordenadas discursivamente. Es decir es la adopción de un discurso que trata de contener y modela un conjunto de significados intentando aglutinar las demandas de grandes capas sociales. Un mismo discurso articula a muchos y diversos.

Hoy, eso es Macri. De un día al otro MM pasó de tener y buscar plazas vacías, a generar movilizaciones que fueron desde 300.000 personas pasando por grandes multitudes en territorios copados por el peronismo. Como Tucumán, en donde los sectores que adhieren al macrismo en su vida lograron movilizar.

Un elemento a descartar es la existencia o no de colectivos y/o estructuras políticas convocantes, ya que si bien las hubo, y tal vez sea en menor medida que en las convocatorias del Frente de Todos, no hay que caer en la negación de las identidades y los afectos como formas de movilización en uno y otro espacio.

Agregado al número de la convocatoria, tenemos que detenernos en la épica asumida, con aportes de Pichetto y Carrió: aparecieron desde definiciones sobre el rechazo al aborto y la defensa eufórica de la vida desde a concepción, hasta  la libertad de mercado y  ganancias,  pasando por la mano dura contra el delito o la defendensa de la propiedad privada ante los dichos  de Grabois sobre una eventual reforma agraria, entre otras consignas.

Todo esto empezó a ser convocado para fortalecer una opción política en la Argentina, para engrosar un campo definido de disputa contra un enemigo en frente. La tan temida lógica del amigo – enemigo que tanto asusta a los politólogos actuales. Juntos por el Cambio reúne elementos de “la política” y los moviliza contra un enemigo, ya no convoca a un acompañamiento institucional, a una nueva gestión del Estado. Por ende, esa movilización lo llevó a ser la afirmación de lo que negaba. La dinámica de la política argentina y su gestión gubernamental los pone a ejercer poder simbólico y de facto en las calles,  a cerrar una identidad y ponerla a disputar lugares, banderas.

Pero la funcionalidad de entender el giro populista de Juntos por el Cambio, y ya no de Macri, es poder mirar que este no un fin rotundo de un ciclo político. Es el fin de una presidencia. De los tumbos de los resultados electorales y económicos se solidifica un nuevo espacio político, al menos en foto de hoy, que tiene significantes, moviliza y es capaz hasta de disputar las calles y utilizar las articulaciones discursivas necesarias para construir un poder delimitado en un segmento del electorado que hoy parece chico pero que no deja de tener perspectivas de solidificarse como alternativa política permanente.

Tal vez este giro populista sea una simple táctica electoral, pero el saldo de esta ultima parte de la campaña derribó el mito que niega el papel fundamental de los afectos y las identidades de la sociedad como forma de construir consenso político.

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