Por Martín Faciano
La sesión legislativa del 8 de marzo de 2021 fue una bisagra en la historia reciente del peronismo tucumano. Es que durante aquella jornada en la que se eligió como ombudsman al ex legislador Eduardo “Lalo” Cobos, fue el detonante de una fractura en el oficialismo que blanqueó y oficializó una interna que se venía conduciendo de manera subterránea entre Juan Manzur y Osvaldo Jaldo.
Ese período de tensiones se sostuvo incluso hasta luego de las PASO. El proceso de reconciliación forzosa en la cúpula del gobierno provincial y del PJ provincial se dio luego de que el mandatario provincial fuera convocado para integrarse al gobierno nacional, como Jefe de Gabinete. Con la interna concluida y la reconfiguración del escenario local, el oficialismo provincial se encontró políticamente con una nueva normalidad en la que muchos dirigentes todavía no se sienten cómodos.
Quizá fue el clima beligerante durante el transcurso de la interna, la exacerbación del sentido de pertenencia o el desmesuramiento en las luego incumplidas expectativas generadas entre la dirigencia enrolada en los bandos del 1 y el 2 lo que terminó generando una sensación generalizada de desconcierto, malestar y apatía entre quienes se pintaron la cara para la batalla que culminó en los comicios de agosto.
En las huestes del Jefe de Gabinete, la renegata tuvo que ver con la sobreactuación y el sentimiento de abandono que se instaló entre los emocionales de su tropa. Pero como, el pragmatismo todo lo puede y en la política lo afectivo se compensa con el efectivo, la posibilidad de llegar a ocupar más espacios o recibir mas recursos con “Juan en la Rosada”, fue el precio que mayoritariamente la tropa manzurista aceptó para superar la orfandad de su líder golondrina.
Distinto fue en las filas del mandatario interino, donde la paz acordada y el cese al fuego solo les bajó el precio a los talibanes parlamentarios que habían cobrado notado protagonismo oficiando de antimanzuristas acérrimos durante la campaña previa a las PASO. El silencio prolongado y el bajo perfil que debieron adoptar legisladores como Daniel Deiana, o los extrapartidarios Javier Morof y Roberto Palina, fueron el indicio de que si hay algo que no garpa en este contexto es ese intento de construir “jaldismo de paladar negro”, que durante 2021 fue una muy cómoda zona de confort para los legisladores mencionados.
Quizás la arrimada electoral de “Juntos por el Cambio” en las generales de Octubre, haya sido una advertencia para el oficialismo provincial que después de mucho tiempo volvió a sentir que a la vaca de las elecciones no tiene atada. En este escenario la posibilidad de que la dirigencia de fuste del PJ se encuentre en el llano en 2023, puede ser tanto un imperativo ordenador que sirva para la reconstrucción de la unidad impuesta desde arriba, como el anhelo y el deseo de recambio que se expresa desde abajo.