El secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, volvió a convertirse en una figura repetida del agrietado debate político argentino por su rol durante el golpe de Estado de Bolivia que derrocó a Evo Morales hace un año.

La victoria del candidato de Movimiento al Socialismo (Mas) Luciano Arce en las elecciones presidenciales del 18 de octubre fue considerada como el primer triunfo de Alberto Fernández en la región y reivindicó su decisión de mantener a Morales como refugiado político.

No fue una postura sin resistencias: algunos referentes del cuerpo diplomático advertían puertas adentro del palacio San Martín que una prolongación de la estadía del ex presidente boliviano en el país sería sólo un problema más en la relación bilateral con Brasil y Estados Unidos. Las postergaciones de la elección, por las dificultades de la pandemia, aumentaba los interrogantes.

Fue por eso que el triunfo de Arce se festejó por igual en la quinta de Olivos y en el departamento de Cristina Kirchner, quien no tardó en iniciar una campaña contra Almagro, por ahora con respaldo suficiente para mantenerse firme en su oficina de Washington.

Pero la embestida de la vicepresidenta alcanzaría para incomodar a Cambiemos y equilibrar los ataques de sus líderes por las diferencias en el oficialismo ante la decisión de Alberto de acompañar el informe Bachelet sobre violaciones a los derechos humanos en la Venezuela de Nicolás Maduro.

En su carta de este lunes, Cristina sostuvo sin vueltas que la OEA «dirigió un golpe de Estado» en Bolivia, «diciendo que había habido fraude en las elecciones presidenciales del año pasado. El resultado de las recientes elecciones en ese país hermano me eximen de mayores comentarios», ironizó, en referencia a que volvió a ganar la fuerza política de Evo Morales.

No había sido tan explícito el canciller Felipe Solá, en la asamblea del organismo siguiente a los comicios bolivianos. «La OEA debe ser contención, mediación y sobre todo garante de la pacificación en nuestra América Latina. Nunca juez o gendarme político. No con posiciones personales y menos cuando éstas terminan alimentando el problema que debieran ayudar a solucionar», sostuvo ese día.

No es la primera vez que Cristina le ahorra al presidente y al canciller posiciones internacionales que complican la relación con Estados Unidos, cuya acción u omisión será clave en la negociación con el Fondo Monetario Internacional. Desde que ocupó el despacho del Senado colabora en la relación bilateral con China, cuya expansión en América Latina exaspera a Donald Trump, artífice de la reelección de Almagro en la OEA.

En México, aliado argentino en la pelea contra Almagro, no evitaron medias tintas y le sugirieron que renunciara. El subsecretario de ese país para América Latina y el Caribe, Maximiliano Reyes, lo acusó de «lastimar» la democracia de Bolivia y de haber utilizado «de manera facciosa a la Misión de Observación Electoral para denunciar un supuesto fraude, nunca comprobado de manera prematura».

El uruguayo, que llegó a conducir la OEA con respaldo de Argentina después de ser canciller de Pepe Mujica, eludió los reproches y volvió a poner a Venezuela como tema central del organismo con un moción de rechazo a las elecciones legislativas del 6 de diciembre, no acompañada por México y Argentina.

Aquella misión de la OEA a la elección de Bolivia del 20 de octubre de 2019 tuvo una particularidad: el casi saliente gobierno de Macri la abrió a partidos políticos y así los representantes argentinos resultaron ser los kirchneristas Santiago Eguren y Gerónimo Ustarroz, calificados luego como «espías» por Almagro.

Ustarroz contó que el plan original era que esperaran varios días para difundir un informe de auditoría, pero que esa misma madrugada se decidió abruptamente elaborar una versión preliminar que ocasionó protestas y cortes de rutas en Bolivia, sin la intervención de la policía local.

Otro activo firmante de proclamas para pedir la renuncia de Almagro fue el ex canciller y actual senador Jorge Taiana: suscribió la difundida por el Grupo de Puebla, el thik thak progresista de América Latina, acompañada entre otros por los ex presidentes Dilma Rousseff (Brasil), Ernesto Samper (Colombia), Rafael Correa (Ecuador), José Luis Zapatero (España) y Fernando Lugo (Paraguay).

Taiana, además, preparara una declaración para someter a votación en la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara Alta, que alcanzará para incomodar a Cambiemos. Ya lo consiguió hace 15 días, cuando incorporó un repudio a Almagro por impedir que se renueve el mandato del secretario ejecutivo Paulo Abrao en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). La UCR y el PRO se abstuvieron.

Es que así como los referentes del principal frente opositor se sienten cómodos enrostrándole al oficialismo sus ambivalencias para referirse a Venezuela, el caso Bolivia siempre les pesó y trataron de evitarlo con maniobras evasivas.

Hace un año, el jefe del bloque de Diputados, el radical Mario Negri, calificó la salida de Morales como «un golpe de Estado» ni bien vio cómo las fuerzas armadas le pedían que abandonara el poder, pero no tuvo consenso para definirlo como tal cuando se discutió una declaración en el recinto, tres días después. Logró que el entonces presidente de la Cámara Emilio Monzó llamara a una votación a mano alzada para no exponer su propia grieta, que sí se exhibió en el Senado.

Macri nunca reconoció el interinato de la senadora Jeanine Áñez Chávez en su último mes de presidente. Y sólo el diputado de la UCR Álvaro de Lamadrid, con pasado laboral en la OEA, le pidió en un comunicado a Alberto Fernández mantener una «comunicación y trabajo coordinado con las autoridades del gobierno interino de Bolivia».

Los radicales, como acostumbran, no evitaron una interna por este asunto. El presidente del partido Alfredo Cornejo rechazó el asilo de Morales, pero chocó con el Comité de la Ciudad de Buenos Aires, donde todavía hace sentir su voz Enrique «Coti» Nosiglia y los cuadros locales de la Franja Morada.

Otro episodio peculiar fue cuando en febrero funcionarios del gobernador de Mendoza, el radical Rodolfo Suárez, recibieron a Morales antes que realizara un acto junto a la comunidad boliviana de esa provincia, que junto a la de La Plata y del Gran Buenos Aires aportaron buena parte de los votos de Arce.

Almagro fue reelecto el 20 de marzo en una votación presencial en plena pandemia y sólo recibió de Argentina un tibio apoyo en un comunicado del PRO firmado por su presidenta, Patricia Bullrich, pero no hubo pronunciamiento de legisladores y ninguna expresión oficial de la UCR. Alberto respaldó la frustrada candidatura de la ecuatoriana María Fernanda Espinosa, una fallida apuesta casi sin ningún ruido interno en el país.

El fin de semana de la elección que consagró a Arce volvió a cristalizar la incomodidad de Cambiemos con la política boliviana. Un grupo de diputados de esa fuerza firmó un repudio a la policía de Añez por retener a legisladores del Frente de Todos en el aeropuerto de El Alto, acceso aéreo para llegar a La Paz. Los indignados se identificaron como miembros de la comisión de relaciones exteriores, pero algunos de sus compañeros que también la integran no quisieron firmar.

La victoria de Arce, además, abrió una disputa regional que hasta ahora parecía desigual por la predominancia de los gobiernos liberales. El domingo, Cristina y Alberto celebraron como un triunfo propio el referéndum de Chile que votó a favor de reformar la Constitución.

Y en febrero habrá otra parada clave en Ecuador, donde Correa competirá como compañero de fórmula de Andrés Aráuz, pese a una condena a ocho años de prisión por supuesta corrupción. Será otro capítulo de la grieta regional. Con espejo en Argentina.

Fuente: LPO

Dejanos tu comentario