Por Manuel Rivas* Director Diario Cuarto Poder | Los ojos del general estaban inyectados de furia. Tenía que enfrentarse a un pelotón de micrófonos, cámaras y flashes. ¿El motivo? Lo habían denunciado por tener una cuenta secreta en Suiza, con fondos difíciles de justificar.

Se enfrentaba a un juicio político y la fiscal suiza Carla Del Ponte había informado que contaba con una cuenta en la Credit Suisse de ese país. Tenía que reconocerlo públicamente, a pesar de haber dicho cuando se le consultó sobre esa cuenta: “Ni lo niego, ni lo afirmo”.

En Casa de Gobierno había periodistas de todo el país y muchos de ellos de Buenos Aires. Como testigo presencial de ese hecho, noté un gran nerviosismo y la conferencia se realizó con una tensión creciente que tuvo su punto culminante cuando unas lágrimas asomaron a sus ojos.

Allí, en medio de la maraña de preguntas con tono porteño, salió una tonada bien tucumana.

-¿Por qué las lágrimas, general? ¿Por qué las lágrimas?

El periodista Miguel Velardez, de La Gaceta, cansado de que los tucumanos no pudiéramos meter una pregunta ante lo embrollado de la conferencia, había dado en el blanco. Pero el viejo general retirado no estaba dispuesto a reconocer el origen cierto de esas lágrimas.

-Es que las luces me lastiman la visión- se justificó el represor.

Tiempo después, cuando el “menemismo” le había garantizado no ser destituido en el juicio político que le llevaron adelante, dijo que había mentido como político y no como general del Ejército, como si se pudiera desdoblar en dos personalidades.

Hoy, la serpiente ya no está en este mundo. Condenado por los crímenes de lesa humanidad, enfermo y viejo, sin el grado de general del Ejército, dejó el mundo con la misma oscuridad que trajo su accionar.

Sin embargo y, paradójicamente, en vísperas de un nuevo aniversario del golpe militar del 24 de marzo de 1976, que dio inicio a una sangrienta dictadura, es el huevo de la serpiente, su hijo, quien siembra la muerte a su manera.

El legislador dio positivo por Coronavirus. Viajó a Brasil y no hizo cuarentena alguna. Se sintió mal y le hicieron el hisopado. Siguió cumpliendo con sus actividades, tanto en la Cámara Legislativa como en sus actividades político partidarias.

Estuvo en contacto con muchas personas que, a su vez, tuvieron contactos con otras muchas más y con sus familias, quienes también tuvieron contacto con otras personas en sus actividades sociales de rutina, hasta que llegaron las medidas dispuestas por el Gobierno Nacional.

Como si se replicara aquel “Ni niego, ni afirmo”, el legislador Ricardo Bussi dice que no estuvo en el exterior, que sólo fue a Brasil, como si el país carioca fuera una provincia argentina. En ello demuestra la misma torpeza que tenía su padre para declarar.

Pero acá no estamos para hablar de la torpeza de sus afirmaciones, sino de la negligencia y la omnipotencia de pensar que a él no le iba a rozar esta pandemia. Esa irresponsabilidad en un hombre público es imperdonable.

La misma opinión tiene la mayoría de la sociedad tucumana y nacional, y los periodistas que estuvieron en contacto con él. Los compañeros del Poder Legislativo y sus colaboradores y partidarios, además de los funcionarios del PE que también estuvieron en contacto con él.

“Me siento bien, me siento enérgico”, afirma en un video que envió por las redes sociales. Con esa misma energía con la que desplegó acciones públicas, incluso concurrir a medios de comunicación y programas, diseminó el mortal COVID19.

El huevo inofensivo de la serpiente ya se transformó en un ejemplar adulto que puede dañar, con el ADN intacto. Afortunadamente existe la Memoria, que hoy tiene que ser más colectiva que nunca.

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