Por Emmanuel Montivero

En el último aliento de la carrera electoral, el ex titular de medios de la nación, Hernán Lombardi sentenció que la #marchadelmillón era producto del activismo ciudadano, de los mansos de la política argentina que se resistían a caer bajo las trémulas del populismo. Pasadas las elecciones  y a casi seis meses de la asunción de Alberto Fernández, ¿dónde están esos mansos? ¿con quiénes se identifican? ¿cómo desarrollan su activismo virtual en plena cuarentena del Covid -19? y ¿cómo se organizan para incidir en el debate público?

Antes que nada, vale una aclaración: la política se puede organizar desde el voluntarismo y la conciencia cívica, pero siempre hay personas identificadas partidariamente que buscan influenciar en la deliberación democrática sin distinción del soporte donde se desarrollan. La democracia contemporánea parece ser la antítesis de la imaginación habermasiana: lejos de la sofisticación y cerca del caos.

«La política se puede organizar desde el voluntarismo y la conciencia cívica, pero siempre hay personas identificadas partidariamente que buscan influenciar en la deliberación democrática sin distinción del soporte donde se desarrollan».

El quehacer democrático puede manifestarse como interpretación teórica pero el campo donde se materializa es Twitter. Se materializa en la interacción de dirigentes políticos, cuadros intermedios y los ciudadanos comunes que buscan asumir el rol del poderdante. El dilema es que la interacción no es aquella aguja hipodérmica que metaforizaron los primeros teóricos de la cultura y la comunicación sino un espacio donde se vehiculizan intereses y se impone el vector que es capaz de traducir, de simplificar la complejidad de una demanda política.

El caso de Tucumán podría ser analizado a partir de su particular coyuntura: el binomio gubernamental con mustias posibilidades de una recomposición sin el desarme nunca deseado; y la oposición atrapada entre sus responsabilidades de gestión y la necesidad de no perder visibilidad en la escena pública, que encuentra amparo en la fracción más dura del macrismo tardío. De la diatriba de la rebelión de los mansos sólo quedan sus malos hábitos. Durante ésta cuarentena, las ánimas de la oposición han performado el escenario mediático a partir de una sincronización puntillosa de mensajes abiertamente opositores a las medidas del gobierno nacional frente a la pandemia. La última resulta de la iniciativa de la Vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, para inaugurar las sesiones virtuales de las Cámaras y promover canales institucionales a las medidas de la agenda gubernamental, y la han denominado #LaTravesiaPorLaDemocracia.

«Durante ésta cuarentena, las ánimas de la oposición han performado el escenario mediático a partir de una sincronización puntillosa de mensajes abiertamente opositores a las medidas del gobierno nacional frente a la pandemia».

El hashtag que actualiza el discurso contradictorio del sector opositor, que hasta la última etapa de su gobierno impulsó con efervescencia el voto electrónico y que incluso fue sepultado en los cajones del Senado por el posterior candidato Miguel Pichetto, se instala en la urdimbre de las redes sociales a partir del aliento – extrañanamente forzado, extrañamente sincronizado – de su activismo digital. Diputados como Mario Negri, Brenda Austin, José Cano y Lidia Ascárate han posteado en sus cuentas oficiales, imágenes de los viajes a punto de emprender.

El dilema que se incrusta en la médula cambiemita es que ni siquiera las fuerzas propias bailan en composé, sino que encuentran resistencia en dirigentes de su propio “arco ideológico” y que responde – legítimamente – a las pretensiones de conducir un bloque, hoy, descabezado por completo. Al mismo tiempo, si el interés por digitalizar la democracia – según quienes entendían hasta el 10 de diciembre del año pasado, la digitilización nos llevaría a una democracia personalizada – fuese legítimo, la descomprensión de la estructura legislativa tendría que ser una buena noticia. Sin gastos de viajes para diputados ni senadores, ni posibilidad de canjear sus pasajes por dinero en efectivo que no declaran en sus haberes mensuales, ni traslado de su cuerpo de asesores hacia el Congreso de la Nación, pareciera que podría cumplirse una parte de la ecuación del ahorro en el gasto político.

«Si el interés por digitalizar la democracia – según quienes entendían hasta el 10 de diciembre del año pasado, la digitilización nos llevaría a una democracia personalizada – fuese legítimo, la descomprensión de la estructura legislativa tendría que ser una buena noticia».

Indudablemente, los motores de la travesía tienen otro combustible: no es la vocación de servicio ni el civismo, es defender – una vez más – los privilegios de sus interlocutores. Para cumplirlo han cargado de épica a su travesía, una épica construida sobre la intensidad de sus cuerpos orgánicos en redes sociales. Diputados ignotos para la estructura nacional de Juntos por el Cambio, como la propia Lidia Ascárate, son sujetos loables para la narrativa que instalan los focos de reproducción masiva del discurso político del macrismo tardío.


Actividad de cuentas con más de 5.000 seguidores en el tuit de @AscarateLidia

Ahora bien, ¿de dónde salen los recursos para financiar una estructura en la que se necesita mantenimiento de redes, retribución a sus operadores y una disponibilidad permanente, o bien, turnos rotativos entre una plantilla lo suficientemente números como para cubrir horarios?.

A sabiendas que durante los debates más polémicos de la gestión presidencial pasada, se dispuso la instalación de las oficinas de activismo digital oficialista dentro del Congreso e identificaron las tendencias de participación en el debate virtual a través del procesamiento masivo de datos, como en el portal ElGatoyLaCaja o los trabajos del politólogo Andy Tow; hoy el interrogante es de dónde se disponen los recursos para financiar el activismo digital.

Lo que queda claro es que al interior de JxC se reorganizan sus placas tectónicas: el bastión del expresidente y sus interlocutores preferenciales parten con retraso de la disputa por la conducción, aunque conservando el liderazgo y la canalización del malestar ciudadano; el sector en funciones gubernamentales intentando acomodarse como una oposición sin que eso signifique el descontrol de sus territorios; y una tercera vía federalizada, de contrapeso al grupo que se aglutinó en torno a la figura de Emilio Monzó, compuesta por dirigentes del radicalismo profundo y que es liderada por Mario Negri.

¿Dónde manda, capitán?

En el horizonte mediato se vislumbra el desenlace de la conducción opositora. Se espera que el radicalismo comprovinciano despierte de la siesta en la que cayó tras la derrota en las elecciones provinciales del 2019, aunque la duda se sitúa en cómo y dónde retornará a la oposición. De lo que no quedan dudas es que del apoyo digital surge su fortaleza más importante y poco a poco, muestran gestos de simpatía en la interacción twittera. Cano y Ascárate pueden transformarse en las figuras más visibles de un entramado que no tiene complicaciones con la administración de los municipios y que pueden condensar el malestar del encierro. A su vez, encajarían en una nueva dinámica nacional de tensión permanente con el Frente de Todos y las responsabilidades locales recaerían sobre los pocos legisladores que pueden responder orgánicamente al “partido de la clase media”. Por lo pronto, se visibilizan en el debate público, son inundados por las “caricias significativas” de las huestes digitales y emprenden su viaje.

Mientras la política adquiere el tenor de la recursividad y surgen los primeros cortocircuitos  entre el poder central y los territorios, inicia la travesía del macrismo tardío que intenta abrazar a los mansos y retribuir a los poderosos.

Actividad de cuentas oficiales en Twitter

Dejanos tu comentario