Por Martín Faciano

La interna del peronismo no se ha resuelto de manera definitiva. Solo ha concluido en términos formales, porque lo que se ha empezado a transitar desde que concluyeron las PASO no es más que el inicio de un proceso de reconfiguración de las tensiones internas, que no se dirimirá en las urnas sino hasta los comicios provinciales de 2023.

Aunque las rispideces entre ambas facciones (manzuristas y jaldistas) puedan llegar a entrar en una meseta hasta noviembre, la ruptura ya está consumada. Y si bien existe la posibilidad de que haya un pacto de no agresión entre las cabezas de los bandos, nada podrá garantizar la paz entre las segundas líneas: el lunes por la madrugada comenzó la carrera hacia el 2023.

En el próximo año impar, no solo estará en juego el sillón de Lucas Córdoba. También se pugnará por las intendencias, las bancas legislativas, los asientos en los concejos deliberantes y las comunas rurales. Por eso, la temporada del fuego cruzado ha dejado de ser exclusiva, dando  paso al inicio del período en el cual tendrá lugar el fuego amigo: los corchazos ya no irán únicamente con dirección al frente, también saldrán hacia los costados.

Con el resultado de las PASO, que posicionan a Tucumán como el principal distrito electoral a nivel nacional donde el Frente de Todos consiguió un triunfo sobre Juntos por el Cambio, se revalidaron tanto el rol de conducción que asumió Juan Manzur desde que se desencadenó la ruptura local, como las ahora más legítimas aspiraciones gubernamentales de Osvaldo Jaldo.

Con esta victoria electoral, Manzur ha demostrado que tiene posibilidades de llegar a 2023 con un cierto margen para intentar ser el gran elector en la discusión por la sucesión provincial. Es que recurriendo a dos figuras con perfiles técnicos (Rossana Chahla y Pablo Yedlin), el mandatario ha logrado imponerse en la interna peronista sacándole 100 mil votos de diferencia a su contrincante, que no fue nadie más que uno de los armadores territoriales con mayor oficio en el peronismo comarcano.

Los buenos resultados conseguidos en jurisdicciones que parecían adversas (Alderetes, Banda del Río Salí, Monteros y Tafí Viejo), le sirvieron al manzurismo para compensar la derrota en Famaillá y la pírrica victoria obtenida en la Capital, sección en la cual se centraban las expectativas del oficialismo para hacer una mejor diferencia.

Si bien en el espacio del vicegobernador perdieron en sus puntos neurálgicos, la cosecha de sufragios le permitió a Osvaldo Jaldo subirse al podio en segundo lugar y validar el lugar que hoy ocupa como segunda máxima autoridad de la provincia. La derrota en los territorios donde se pronosticaba el triunfo de la lista “Todos por Tucumán”, podría resultar una aplanadora  en el jaldismo, espacio en el cual ya ningún dirigente será más que ninguno de sus pares, ni tan importante como su máximo referente.

Además de validar las intenciones de Jaldo, de seguir en carrera hacia 2023, la performance electoral del domingo debería permitirle abroquelar el jaldismo y cerrar la tranquera para evitar posibles desbandes dirigenciales.

La del domingo ha sido una elección donde se demostró que en el peronismo las estructuras, todavía, prevalecen; y que, en la oposición, las nuevas figuras emergen. En el camino del divorcio político de Manzur y Jaldo, tanto el 1 como el 2 han dado su primer PASO. Recién en 2023, ambos podrán dar cuenta si ese  paso fue hacia adelante, o hacia atrás.

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