Por Álvaro Aurane para La Gaceta

Juan Manzur y Osvaldo Jaldo, y sus respectivas huestes, han detonado la guerra por el poder político en Tucumán. Una guerra que se promete larga. Y cruenta. Con batallas de variada intensidad.

Una conflagración tiene etapas. La que ha estallado entre los -hasta ahora- socios del oficialismo se halla en la inicial: las partes se declaran agraviadas. Luego vendrán los ultimátums, los que se ofrecen como componedores, las ofertas no oficiales para un acuerdo y, finalmente, la lid sin cuartel. Al final, uno de los bandos perderá. O llegarán a un armisticio (el cese del fuego puede darse en cualquier etapa). O perderán los dos: el oficialismo arrasado por su propia lucha será derrotado por una alternativa.

Hay, sin embargo, un hecho inquietante en la guerra del justicialismo tucumano (Manzur y Jaldo son, también, el presidente y el vice del PJ, con lo cual no hay fronteras entre Gobierno y partido), que la convierte en algo más que una reyerta comarcana. Que la lleva más allá del plano de una interna largamente pronosticada. Se trata de que el enfrentamiento ha estallado en medio de la peor pandemia del siglo. La primera plaga en tiempos de globalización.

Es decir, los dos políticos que ocupan los más importantes cargos representativos de la provincia decidieron confrontar cuando a toda la población -sin temor a que esta sea una generalización equivocada- le importa el coronovirus, como cuestión de vida o muerte. El sentido común indica que, a los efectos de la popularidad que todo político necesita, este es el peor momento posible para que el gobernador y el vicegobernador emprendan la lucha.

Esto es justamente lo revelador: ahora, cuando todo gira alrededor de la covid-19, puede observarse descarnadamente que el pensamiento de la política no se rige por los valores de la ciudadanía, sino por la lógica del poder. Y cuando del poder se trata (parafraseando el nombre de un grabado de Goya), el sueño de la razón engendra monstruos.

Un poema y una película

Hay un poema. Narra la epopeya de un héroe nórdico. Es considerada la mayor obra de la literatura medieval inglesa. Comparable al “Cantar de Mío Cid”. Aborda la mitológica gesta de un príncipe gauta: Beowolf. Jorge Luis Borges (quién más, si no) supo escribir acerca de ese texto. El reino de Rothgar (Dinamarca) se ve estragado por un monstruo, Grendel. Beowulf le dará muerte, pero la madre de Grendel, una “loba del fondo del mar” con rasgos de reptil, se vengará con una matanza. Así que Beowulf irá tras ella y decapitará a la bruja y será colmado de honores y riquezas. Fin. Al menos, del primer relato, que data del siglo VIII.

Pasaron 1.300 años para que la historia llegara al cine en 2007. Fue un filme de animación, con rostros y voces de estrellas de Hollywood. Pero la trama es otra. Beowolf va la ciénaga a buscar a la madre de Grendel, y cuando la encuentra se da con que sus armas nada pueden hacer contra ella. A merced del engendro (que adopta el cuerpo de Angelina Jolie), la criatura ofrecerá a Beowulf convertirlo por años en un guerrero invencible, con toda la gloria y la riqueza que sus victorias implicarán. A cambio, le pide que conciba un hijo con ella. Beowolf accederá. Lo que nacerá será un dragón, que arrasará con el reino y que, incluso, acabará con el héroe.

La madre de Grendel es el poder. Y entre el relato y la película hay constantes. Por caso, hay que luchar para hacerse del poder. No se accede a él sino a través de un pantano de dificultades. Luego, el poder no se pierde, sino que él mismo tiende a transferirse: el que uno no emplea será ejercido por otro. El rey Rothgar no pudo contra Grendel, y entonces ese poder fue capitalizado por Beowollf.

Claro está, también hay diferencias: entre el poema y el largometraje han pasado XIII siglos de humanidad. Ahora, para hacerse del poder no hay que aniquilar abominaciones, sino convivir con ellas. Por otro lado, nada seduce como el poder; o, más bien, como las manifestaciones del poder: abundancia de riqueza, autoridad, libertad, triunfos, fama y sexo. Sería conveniente no subestimar a este último, considerando el escándalo político que la denuncia penal de la sobrina del senador José Alperovich, por presunto abuso sexual reiterado, ha provocado.

En tercer término, el goce del poder no es gratuito. El poder pide onerosísimas compensaciones (a menudo impensables) a cambio de lo que ofrece. En cuarta instancia, no importa cuánto haya sido el precio pagado, lo que el poder da hoy, lo quita mañana. El quinto contraste es que ese ciclo es inevitable: el poder quiere ser “tenido”; y a cambio reclama poseer a quien lo detenta. Y, finalmente, vivir en el poder engendra monstruosidades.

A la luz de estos rasgos de la lógica del poder (que no son todos) vale la pena revisar los aprestos de la guerra del justicialismo tucumano. Para tratar de entender (no de justificar) que ni la peste es excusa para detener la batalla por el mando político.

Una pelea y una ganancia

Mientras que en la faz administrativa del Estado, la covid-19 es una urgencia a la cual hay que supeditarlo todo, en el ámbito político no se trata de una contingencia sino de un escenario: es el campo de las primeras batallas por el poder. La meta última del manzurismo es que la Legislatura habilite alguna vez una reforma constitucional que habilite más reelecciones consecutivas. La meta primera del jaldismo es que eso no ocurra, para que el candidato “natural” a la gobernación en 2023 sea el vicegobernador.

El manzurismo encontró en la desgracia de la plaga una impensada oportunidad para salir del atolladero con el que inauguró este año. En enero, unilateralmente, la Casa de Gobierno enterró la cláusula gatillo (tres elecciones en 2019 -las provinciales, la PASO y las presidenciales-) fueron demasiado para el erario. Con ello, sepultó su plan de gobierno: no hay obras, pero los sueldos estaban blindados contra la inflación. Con la pandemia, los gremios se quedaron sin poder de presión (no se puede amenazar con paros cuando toda actividad está parada) y Manzur, de ser cuestionado como administrador, pasó a ser reconocido como sanitarista. Para este sector, el jaldismo intentó sabotear “el momento” de Manzur, buscando protagonismo cuando no correspondía y poniendo zancadillas, pero finalmente trastabilló con sus propias maniobras. Hicieron una primera sesión tras la cual hubo que poner en cuarentena a la Legislatura por los “positivos” de Ricardo Bussi y José María Canelada; y luego celebraron una segunda sesión, en la que el empleo de máscaras donadas por una ONG a un sanatorio terminó siendo un escándalo federal.

El jaldismo opina todo lo contrario. Reivindica que la Legislatura como un poder activo frente, incluso, a la parálisis del Congreso de la Nación. Admite que lo del empleo de material sanitario donado a un centro privado fue un error, pero alega que ya lo subsanó y que ya se disculpó. Y acusa al manzurismo de haber aprovechado ese yerro para desprestigiarlo ante la opinión pública, a fin de debilitar al cuerpo parlamentario y quebrar la resistencia a otorgar una nueva enmienda constitucional.

“No hay dudas de que es una opereta de políticos tucumanos con la complicidad de periodistas porteños, a los que sólo les interesa la noticia, pero no los problemas ni la calidad de vida que tenemos en la provincia”, dijo Jaldo a LA GACETA. La lista de políticos tucumanos con capacidad de influencia sobre periodistas porteños de los más distintos medios, durante todo el día, se reduce a un solo dirigente.

El manzurismo, justamente, sostiene que el jaldismo evita hacerse cargo de que tendió una emboscada que salió mal. Para la Casa de Gobierno, la Legislatura aprobó la ley que obliga al banco Macro a postergar por dos meses el cobro automático de los créditos otorgados a los estatales para ponerla en un doble aprieto. Si Manzur vetaba la norma, quedaba mal con los estatales por segunda vez en un cuatrimestre. Si la promulgaba, quedaba mal con el poderoso Jorge Brito, el banquero que viene otorgándole los recursos para que pague los sueldos al día desde que comenzó el año. Manzur, finalmente, promulgó la norma y Brito sigue facilitándole recursos. “Es un turquito con suerte: cuando la Cámara le tiró la trompada, se agachó para atarse los cordones, y terminaron pegándole a Brito”, dice un frecuentador del palacio. Su subterfugio pretende que el “poder de fuego” en los medios nacionales no es del gobernador, sino del banquero. “Es un enemigo que el jaldismo buscó gratuitamente”, sostienen.

El jaldismo no lo cree así. Porque las críticas de los medios nacionales contra la Legislatura se centraron en las máscaras, pero en los cuestionamientos hacia Jaldo lo tildaron de “traidor”, de ser el “Julio Cobos de Manzur”, lo vituperaron como “sinvergüenza” y hasta le pidieron que renuncie. Se ve que el vicegobernador cree que esas diatribas personales nada tienen que ver con las leyes votadas, a juzgar por su respuesta. “(Esas acusaciones) no me rozan ni me llegan. A mí no me cuestionaron por valijas que se perdieron ni por nada”, soltó. Se refería al escándalo expuesto por LA GACETA en 2015 respecto de las maletas que, en la campaña de las elecciones provinciales, salían cargadas con $ 6 millones cada una de la entidad crediticia en camionetas de la Legislatura, entonces presidida por Manzur.

Hay guerras que se declararon por menos.

La lógica del poder atraviesa todo el enfrentamiento. El manzurismo ha demostrado que la diferencia de recursos a su favor es cuantiosa. Materialmente (la Legislatura maneja el 4% del Presupuesto General de la Provincia). Y mediáticamente. A eso hay que sumarle la historia: desde que aparece la figura del vice, en 1991, todas las peleas en el binomio político se laudaron a favor del gobernador.

El jaldismo, en tanto, viene demostrando que tiene el control real de la Legislatura. Los legisladores que votaron el aplazamiento del cobro de créditos a los estatales, por más cuarentena que invoquen, sabían que estaban poniendo en aprietos a Manzur. Y la aprobación fue por unanimidad. Esto es indicio de una segunda cuestión: el malestar de los legisladores con la “desatención” que reciben sus pedidos en Casa de Gobierno. Léase: alguna obra para tal distrito, asistencia para tal barrio y cargos para tales dirigentes. Si no hay recursos para “hacer política” (tal y como esa expresión se entiende en la provincia del 40% de pobres), entonces votarán leyes incómodas.

La manifestación del vicegobernador respecto de las valijas, eso sí, responde a otro razonamiento: la idea de que si no daba una respuesta políticamente violenta, que aunque costara ir a la guerra demostrara que estaba dispuesto a defenderse con uñas y con dientes, lo iban a pasar por encima.

La ganancia, hasta aquí, viene siendo de los “no alineados”. El intendente Germán Alfaro tenía asediado el castillo municipal en diciembre, cuando ni el gobierno nacional ni el provincial le eran afines. Este mes se reunió con Manzur, para mostrar que no está casado con el jaldismo. Y después, a través de los legisladores, le pidió públicamente a la Casa de Gobierno a través de sus legisladores (y formalmente mediante un proyecto de Raúl Albarracín) que le coparticipe fondos nacionales, para mostrar que no está comprometido con el manzurismo. Ahora, el jefe municipal es el aliado estratégico que todos quieren. Eso es, precisamente, pura lógica de poder.

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